viernes, 3 de diciembre de 2010

Venus pelada

Y así, despacio, con la constancia que tiene la muerte cuando golpea a la puerta, me desarmé.
Me desconecté del mundo y la línea que dividía el sueño de la conciencia se borró repentinamente, por un instante.
Reordené todas mis piezas, las clasifiqué, las limpié, las reconocí y las llamé por su nombre. Cada una lleva el nombre de un espanto, de una marca irreparable que manché con mi soledad, cada vez que intentaba traducir tanto dolor momentáneo, tanta alegría transitoria.
Y lloré, imploré, revisé los libros de mi alma, fui el sol y fui la noche. Me oscurecí, enmudecí.
En ese lapso danzante, en esa obsesión redundante, redimí todos mis deseos, indulté a la resonancia de tu nombre. Te dije adiós.
Cuando Ricardo Arjona canta me vomita la alfombra, y en ese instante, preludio infinito, tengo que salir a buscar a mi ego que se convierte en grasa. Lo encuentro rascándose el ombligo en el balcón de mi casa, silbándole a una Venus pelada que camina por la vereda, mientras sostiene un pebete de salame en su mano izquierda.


Buenas noches, y qué viva la mortadela!

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