El verano muerto yace en el piso, ni siquiera las moscas se atreven a comer.
Los gusanos, pobres sirvientes del sistema, se revuelcan entre los restos,
ciegos no se reconocen.
Un niño, abrumado, comparte su infancia
como si fuera un dulce comido por las ratas.
Un centauro mira de lejos
y apunta
su flecha
hiere
y sangra
la sangre
mancha
y duele hasta el hartazgo.
Los gusanos sobreviven.
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