Interpelarse. Mirar hacia adentro, desde adentro. Correr el velo y descubrir donde descansa la verdad. Ser verdugo de este dolor constante ya no es excusa, transitar agobiado tanta oscuridad resulta a veces cansador. Y me agota tanto perdurar en este llanto que por más que haga los intentos necesarios, a veces, me gana la batalla esta pesadez. Escribo para quitarle la venda a la idea que hay detrás del caos, ésta se pierde en la bruma de una consciencia que no para de flagelarse. Tanto error cometido tiene que tener absolución, la redención no viene en frasquito ni se compra en la farmacia, ...por suerte.
Tengo que despojarme de la ropa vieja, soltar las amarras y navegar el mar bravío, navegar sin horizonte, sin brújulas que guíen mis pasos. Pero es que hace tanto tiempo que estoy a la deriva que ya me duele el cuerpo de dar tantas vueltas sin sentido. Mi tristeza transita el tiempo circular, como la Ouroboros se come la cola, como el Fénix vuelve a renacer de las cenizas.
Confieso, de todas maneras y a pesar del tiempo transcurrido, que me siento mucho mejor. Puedo ver de vez en cuando las líneas que dividen el cielo de este mar tan azul y oscuro, excepto en la noche cuando por arte de magia se multiplican las estrellas y el brillo de todas y cada una de ellas me recuerdan que el cosmos sigue su ciclo, y yo como un perro sin hueso le ladro al viento quién sabe en qué idioma inentendible. El agua del mar es almíbar al lado de las lágrimas que he derramado.
Sin embargo no paro de rezar, aunque el dios que llevo adentro este muerto hace tiempo. Incrédulo, y hasta a veces antipático, ensayo una oración que termina escondiéndose en las alcantarillas del barrio donde vivo, perdiéndose en las rejillas de la calle con el agua de la lluvia, esa lluvia fría que moja todo sin querer hasta que el sol se descubre y las nubes dejan pasar su luz iluminándome hasta en la peor de las oscuridades.
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