Cuando, de vez en cuando, escucho el canto de mi animal interior yo mismo le tapo la boca y lo dejo sin comer, esperando que muera y de un espasmo resucite quién sabe en qué vida y de qué manera.
Que bueno es saber que todo ha muerto, que no hay lápida ni epitafio. Que bueno es saber, de vez en cuando, reconocerme entre esas hendijas que dejan pasar la luz aunque termine ciego en el intento caminando lento y agarrándome de las paredes de cada una de mis decisiones.
Creo que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejá un mensaje, no mirés para otro lado. No seas sorete.