martes, 2 de febrero de 2021

Cuando quiero ahuyentar los fantasmas, esos que me imponen su voz en tiempos de silencio, nace un espectro nuevo de formas curvilíneas que se bifurcan y multiplican como las venas de mis brazos. Me desconozco en ciertas ocasiones, caigo y me levanto sin que nadie lo note, creo que por la inercia misma que me lleva a pretender una realidad ya devastada, calcinada y muerta de hambre.
Cuando, de vez en cuando, escucho el canto de mi animal interior yo mismo le tapo la boca y lo dejo sin comer, esperando que muera y de un espasmo resucite quién sabe en qué vida y de qué manera.
Que bueno es saber que todo ha muerto, que no hay lápida ni epitafio. Que bueno es saber, de vez en cuando, reconocerme entre esas hendijas que dejan pasar la luz aunque termine ciego en el intento caminando lento y agarrándome de las paredes de cada una de mis decisiones.

Creo que no hay peor ciego que el que no quiere ver. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dejá un mensaje, no mirés para otro lado. No seas sorete.